27 de mayo de 2014. Parqueastur, Corvera.
Cuatro actrices para interpretar a una mujer gaditana. Se llamará Pepa y será deseada por dos hombres (al menos). También hay otras y también serán deseadas. Porque la alegría de desear es la misma que la de vivir para estos personajes que tienen su norte en el sur. En Cádiz.
De ese oscuro objeto del deseo. De eso parece tratar esta película que, como la de Buñuel, no acaba de decidirse por una única mujer para encarnarlo. Un desaliño casi naif domina las historias de los encuentros entre la Pepa, los hombres y las otras mujeres por las calles de Cádiz. Más que a los personajes vemos a los actores y a las actrices interpretándolos. Se hace raro, pero no molesta. Los textos escritos apostillan las imágenes. Las voces en off del director y de Jeri (el más apasionado) irrumpen en algunas escenas y las dejan en segundo plano. Es una película extraña. Ni ficción ni documental. Otra rara avis de un cine español que últimamente está lleno de ellas. Pero esta no es nueva. Su director es un veterano que había dejado el cine hace treinta años. Y que ahora vuelve. Después de que en París nos recuerden el valor de su obra. Las hermosas canciones de Fernando Arduán (ese Sabina del sur), las chirigotas tronchantes, los coros de adolescentes y los muchos instantes en que, viendo sus azoteas y oyendo hablar a su gente, uno se siente en Cádiz, hacen que esta película resulte una delicia para quienes somos devotos de ese sur trimilenario. "No hay puerto más seguro que el de ser fiel a lo incierto". Gonzalo García-Pelayo insiste en esa idea. Quizá esté hablando de Cádiz. O del cine. O de la alegría de vivir.