15 de mayo de 2014. Centro Niemeyer, Avilés. V.O.S.
Una joven es utilizada en un experimento (¿científico? ¿social?) que no entendemos. Hay gusanos. Hay cerdos. Hay sonidos. Hay una historia de amor en la que ella comparte recuerdos con un hombre. Hay alguien que mira a todos y al que nadie parece ver. Los observa del mismo modo que a los cerdos de una granja. Es como un dios que conecta los dos mundos. Hasta que ella se atreve a mirarlo.
La clave del paralelismo entre la granja y este ensayo social parece estar en el Walden de Thoreau que la joven copia y memoriza. Pero la interpretación no es clara. Ni única. Aunque el comienzo hace pensar en una historia elusiva de ciencia ficción, la película es más que eso. El fluir de las imágenes recuerda al onirismo malickiano. Pero aquí no hay voces en off con metafísicas sonrojantes. Las pocas palabras que se pronuncian las dicen los personajes. Y dejan mucho espacio para que el espectador interprete lo que ve (y lo que oye). Como hacemos con los sueños. La fuerza de las imágenes (y sonidos) de este Upstream Color recuerda al último Malick. Y su narrativa fragmentaria al Holy Motors de Leós Carax. Así se entiende que esta extraña película genere devociones en unos y espante a otros. A mi, ni lo uno ni lo otro.