31 de agosto de 2014. Cines Los Prados, Oviedo.
Ivan Locke sale tarde de su trabajo. Su familia le espera para ver el partido, pero esa noche no irá a casa. Desde su coche llama a su ayudante para decirle que tampoco estará en el hormigonado previsto para la mañana siguiente. Será el mayor que se haya hecho en Europa y él es el responsable, pero ha decidido ir a Londres. Allí está a punto de dar a luz una mujer a la que apenas conoce.
Hora y media de viaje nocturno en esta extraordinaria película. El referente obligado es Buried de Rodrigo Cortés. Pero aquí no hay tanto suspense. La lógica no es la de un thriller. Hay también un único personaje en un espacio mínimo, pero Locke es más que virtuosismo cinematográfico en tiempo real. Vamos siempre con él en el coche. Entendiendo lo que siente e intuyendo las vidas del otro lado del teléfono. Vidas con las que comparte afanes profesionales en esas llamadas que hace para no desentenderse del hormigón. Vidas de dos mujeres (la que casi no le conoce y la que ya no le reconoce) para las que ese viaje a Londres resultará definitivo. También las vidas de los dos hijos que le esperan, la del otro hijo que él espera y la de ese padre que le abandonó y al que, con la decisión que está tomando, quisiera dar una lección. Y ahí en medio está Ivan Locke, en un momento crucial de su vida en el que quiere hacer bien las cosas. Todas las cosas. Lo dice él mismo intentando convencerse de que a la mañana siguiente todo habrá salido bien. Steven Knight es un guionista soberbio capaz de acercanos a unos personajes invisibles que, al otro lado del teléfono, se hacen querer tanto como el contenido protagonista que interpreta Tom Hardy. Y un gran director que ha sabido construir una encrucijada perfecta (en algún momento simbolizada por la propia carretera) en la que el manejo del hormigón es también metáfora del fluir de esos instantes que a veces determinan la solidez de una vida.