7 de mayo de 2015. Teatro Filarmónica, I Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo.
Tomás va al DF a casa de Sombra, su hermano mayor que comparte piso y amistad con Santos en los tiempos de la huelga estudiantil de 1999. Con Ana, una activista más que amiga de Sombra, recorrerán la ciudad en un viejo coche. Van en busca de Epigmenio Cruz, el autor de las canciones de una vieja cassette que Tomás le ha llevado a su hermano.
Una decisión difícil la de hoy. Ver Adiós al lenguaje en el Niemeyer o acompañar a estos Güeros que esta tarde estaban en la Semana del Audiovisual Contemporáneo. Con permiso de Godard, creo que la elección ha sido más que acertada. En estos tiempos de homenajes al cine del pasado (el premio que recibirá aquí Coppola en octubre ya huele a veneración de paraísos clausurados), yo soy de los que piensan que lo mejor en el cine siempre está por venir. Y que llega varias veces cada año. Por ejemplo, esta tarde con esta obra maestra de Alonso Ruizpalacios. Una película que es una declaración de amor al DF, a los instantes de intensidad infinita de cualquier juventud, a la poesía en las palabras, en los sonidos y en las imágenes. Toda la película está hecha en blanco y negro en formato 4:3. Por eso y por la belleza de muchos de sus encuadres me he acordado varias veces de los de Pawlikowski en Ida. Pero Ruizpalacios no se regodea en su extraordinaria capacidad para subyugar con un guión literariamente magnífico, con unas imágenes poderosísimas y con un sonido extraordinariamente significativo (también en esa omisión para el espectador de la música de la cassette). Desde otra edad, otro tiempo y otra ciudad, estos Güeros pueden recordar también al periplo urbano de Paolo Sorrentino en La gran belleza, pero Ruizpalacios tiene el acierto de no caer en el manierismo. De hecho, combina escenas sublimes y reposadas con instantes en los que la cámara corre tras sus protagonistas, para girarse y captar su sombra. O se da la vuelta y les permite decirnos cómo ven ellos la propia película o incluso ironizar sobre ese cine mexicano en blanco y negro que tanto puede gustar a la crítica europea. Una crítica a la que no le será difícil encontrar en esta película lo que tanto apreciaba en Los cuatrocientos golpes de Truffaut. Una obra mayor, por tanto, estos Güeros con los que Ruizpalacios me fascina por partes y en conjunto. De películas como esta tendrían mucho que aprender esos que piensan que el cine mayúsculo es solo cosa del pasado.