22 de enero de 2016. Cines Los Prados, Oviedo.
19 de mayo de 2016. Centro Niemeyer, Avilés. V.O.S.
Fred acaba de rechazar una invitación de la reina de Inglaterra para volver a dirigir una famosa obra que compuso para su mujer. Él es un director de orquesta retirado que pasa una temporada con su hija en un lujoso hotel de los Alpes. Allí se ve a diario con Mick, su amigo y consuegro, que está intentando pergeñar su última película. Los dos comparten ironías, melancolías y confidencias propias de la edad tardía mientras contemplan, de cerca o de lejos, lo que hacen otros huéspedes del hotel: el actor americano reflexivo (¿trasunto de Johnny Depp?), el exfutbolista obeso (trasunto de Maradona), la pareja que nunca se habla, el tibetano que levita, la masajista joven y delicada o la Miss Universo de belleza perfecta.
La gran belleza le debía mucho a Toni Servillo, pero también a Roma y sobre todo a la extraordinaria forma de mostrarla de un director tan singular como Paolo Sorrentino. Ahora se va a los Alpes para retratar La juventud desde la mirada de unos personajes (¿solo de los personajes?) interpretados por un Michael Caine y un Harvey Keitel que encajan de maravilla en el derroche de hedonismo visual, libertad narrativa y capacidad reflexiva que caracterizan el cine de este gran director. Comprendo que empachará a quien no se sienta fascinado por la belleza casi surrealista de una forma de encadenar imágenes y músicas que solo puede generar entusiasmo o estupefacción. Yo soy de los entregados a la estética de Sorrentino, así que (lamentando verla -la primera vez- en versión doblada) al contemplar La juventud he vuelto a disfrutar con esa mirada reflexiva y a la vez voluptuosa sobre las edades de la vida que hacía tan extraordinaria a La gran belleza. Una simple canción (la que tiene precisamente ese título e interpreta la orquesta que Fred dirige al final de la película) contiene una síntesis perfecta de la pasión propia de la juventud y de la nítidez con que puede ser contemplada desde la edad tardía. Un cierre inmejorable para una película que no nos deja navegando por el Tíber al amanecer, pero que termina con una música tan deliciosa que hace muy difícil irse del cine antes de que acaben los títulos de crédito. La juventud no es La gran belleza pero contiene una belleza muy grande.