28 de diciembre de 2018. Cines Parqueastur, Corvera.
En 9177 algunos siguen creyendo en la revolución. Por ejemplo, un hombre que vive en las afueras del Edificio Representativo y que quiere para vender zumo de limón en una comunidad distópica, ibérica y añeja en la que hay un rey de bastos, dos peluqueros con distinta fortuna, una pareja de la guardia civil, un rústico pastor de ovejas y otros muchos personajes tan surrealistas como fascinantes.
Tiempo después de Amanece que no es poco José Luis Cuerda lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a demostrar, aún con mayor maestría, el poder evocador de las palabras cuando trenzan filosofía, literatura, revolución, chascarrillos y lugares comunes en un sitio tan singular como ese edificio que tanto se parece a las Torres Blancas. Igual que la poesía Tiempo después es intraducible. Su guión torrencial y delicioso no se queda en la superficie de la lengua sino que explora la belleza de su calado, el sedimento que en ella van dejando los usos de las gentes. Por eso José Luis Cuerda es tan elitista y tan popular, porque sabe ser a la vez clarísimo y sutilísimo. Su cine es el de poeta ibérico provisto de cámara, un maestro de la escenografía y de la música (algún desfile me ha recordado a los de Kentridge), un español sanamente descreído y amante de nuestro propio descreimiento.