6 de agosto de 2019. Cines Los Prados, Oviedo. V.O.S.
Un joven vuelve a casa tras graduarse en la universidad. Será un tiempo de espera en el que se presentará a una oposición para trabajar de maestro, como su padre, e intentará publicar un libro que se titulará El peral salvaje. El regreso al pueblo y ese tiempo estival entre la pasión y la rutina le hará percibir lo mejor y lo peor de su tierra y su familia, la tensión entre la fuerza de las raíces y la intensidad de los fracasos. Luego llegará el invierno, el servicio militar y el regreso al paisaje nevado que le reconciliará con todo eso.
Viendo el cine de Nuri Bilge Ceylan uno siente como propios los paisajes turcos. La casa, el pueblo y los anhelos de este escritor ilusionado (e iluso) resultan reconocibles para cualquiera que haya regresado en los veranos (o en los inviernos) a los entornos ancestrales de la España interior. El director de joyas como Tres monos, Érase una vez en Anatolia o Sueño de invierno hace en El peral salvaje un cine entre hiperrealista y literario, entre radicalmente local y plenamente universal. Si pudiéramos obviar la gran distancia que, en hedonismo abigarrado y en sensualidad barroca, existe entre Colombia y Turquía podríamos decir que El peral salvaje de Nuri Bilge Ceylan tiene algo del Macondo de Gabriel García Márquez y que ese padre y ese hijo de la familia Karasu son dos eslabones enlazados por fuerzas tan intensas y antagónicas como las que trababan a los Buendía. Es, por tanto, un cine primoroso que, al modo de los pintores románticos, retrata toda la belleza y la fuerza de unos paisajes y unas vidas que se debaten entre la pasión y la desolación. Y lo hace con una fotografía y unos encuadres siempre perfectos y siempre sobrios. Como esos diálogos que tienen la fuerza y la expresividad del mejor teatro en escenas tan magníficas como la del encuentro con la chica en la fuente, la del diálogo con el escritor de éxito o la de la conversación de los imanes. Pero el naturalismo del relato es compatible con momentos entre poéticos y oníricos como los de esas cuerdas que cuelgan de un árbol o sobre un pozo y de las que penden una piedra, un hijo y un niño asediado por hormigas como las de Buñuel. Así que El peral salvaje son tres horas de cine mayúsculo con apariencia modesta, de hondura existencial con mimbres cotidianos. Nada nuevo en la magnífica obra de este extraordinario director que bien merece una retrospectiva que nos permita conocer sus películas anteriores y repasar su trayectoria.