de Álex Galán. España, 2021. 81’.
16 de mayo de 2022. Cines Ocimax, Gijón.
Es evidente que mi resumen no es neutral. Y ese es uno de los grandes méritos de la película. Álex Galán ha conseguido que viéndola seguramente se encuentren tan cómodos los ganaderos alimañeros como los que seguimos siendo fieles a Félix Rodríguez de la Fuente. Pero esa habilidad suya no se debe confundir con la equidistancia. De hecho, el tramo final de la película incluye un ejemplo de cómo se puede superar la confrontación en torno al futuro de los lobos (no de "el lobo", que dicho así, como "la mujer española", tiene mucho de esencialista y remite fácilmente al cuento del lobo feroz). Me refiero a esa familia deliciosamente lúcida que protege sus rebaños pero respeta a los lobos porque sabe que ellos también están en su sitio y le hacen mucho bien a ese sitio. Lamentablemente, hay demasiados españoles con banderitas en las muñecas que no conocen ni aprecian las envidiables maravillas del territorio ibérico. Como el prodigio inigualable de su naturaleza, su cultura y sus lenguas. En Asturias tenemos la suerte de no haber perdido nunca a los lobos pero se nos llena más la boca hablando del cachopo que del amarillo de sus ojos. Es una forma de entender el valor de lo propio bien distinta y distante de actitudes como la de esa prudente familia ganadera. O de las de sus compañeros de la Sierra de la Culebra que también saben convivir con los lobos sin pretender exterminarlos. O la de aquel empleado de la gasolinera más cercana a mi pueblo que me contaba el verano pasado que una mujer creía haber visto hacía unos días un lince por la zona de esa linde maravillosa entre Salamanca y Cáceres. La emoción de aquel hombre sencillo por la posibilidad de que él pudiera llegar a ver alguna vez un lince ibérico en esa zona me hizo pensar que el verdadero paraíso natural no está en Asturias ni en los lugares que hacen gala de esa marca. Está en aquellos paisajes en los que el paisanaje sabe verlo.