1 de diciembre de 2012. Parqueastur, Corvera. 3D.
Un joven sobrevive a un naufragio en medio del Pacífico. Durante meses tiene que compartir su barca con un tigre. Los dos viven una travesía casi fantástica que resulta más que iniciática para Pi. Pero el relato de su vida comienza antes, con una infancia en la India marcada por la singularidad de su nombre y por su interés por las religiones. Y termina después, en un presente en el que el Pi adulto cuenta su vida al hombre que escribirá sobre ella. Tras narrarle lo que hemos visto, le ofrece también otra inquietante versión de ese viaje.
Entre el naufragio en que Pi se queda a solas con el tigre en esa barca casi metafísica y el momento en que los dos llegan a la playa, hay una película bellísima llena de imágenes poderosas en las que el 3D se hace más oportuno que nunca. Es la historia de un Noé o de un Robinson sometido a los designios de un dios al que necesita tanto como al tigre. Y esa historia ya basta para que la película sea memorable por las cautivadoras imágenes de las aguas, a la vez transparentes y especulares, de la perturbadora isla flotante y las de los días y las noches en ese Pacífico radical. Pero esa bella historia se integra en una película que, además, quiere dar que pensar. Y no solo sobre las interesantes metáforas derivadas del nombre de Pi, sino sobre la propia trascendencia de las historias. La trascendencia de las historias sagradas de las religiones y la de los distintos mundos posibles sobre los que, igual que los dioses, también deciden quienes viven y quienes cuentan las historias. Pero las imágenes que se ven en la pantalla son tan fascinantes que seguramente perdurarán en la memoria mucho más tiempo que estos bucles conceptuales.
Entre el naufragio en que Pi se queda a solas con el tigre en esa barca casi metafísica y el momento en que los dos llegan a la playa, hay una película bellísima llena de imágenes poderosas en las que el 3D se hace más oportuno que nunca. Es la historia de un Noé o de un Robinson sometido a los designios de un dios al que necesita tanto como al tigre. Y esa historia ya basta para que la película sea memorable por las cautivadoras imágenes de las aguas, a la vez transparentes y especulares, de la perturbadora isla flotante y las de los días y las noches en ese Pacífico radical. Pero esa bella historia se integra en una película que, además, quiere dar que pensar. Y no solo sobre las interesantes metáforas derivadas del nombre de Pi, sino sobre la propia trascendencia de las historias. La trascendencia de las historias sagradas de las religiones y la de los distintos mundos posibles sobre los que, igual que los dioses, también deciden quienes viven y quienes cuentan las historias. Pero las imágenes que se ven en la pantalla son tan fascinantes que seguramente perdurarán en la memoria mucho más tiempo que estos bucles conceptuales.