23 de diciembre de 2012. Cines Los Prados, Oviedo.
Alain se tiene que hacer cargo de su hijo pero no tiene recursos. Su hermana le ayuda acogiéndoles en su casa. En su trabajo como portero de una discoteca conoce una noche a Stéphanie, una atractiva mujer que adiestra orcas en un parque acuático y que poco después pierde las piernas en un terrible accidente. Sus encuentros con Alain la ayudan a superar el trauma de la amputación y a recuperar su autoestima (también sexual). Él vuelve a hacer lo que más le gusta, pelear a cuerpo limpio en combates con apuestas.
No es la historia de la bella y la bestia. Es más bien la recreación del buen salvaje, un ser primario y sin doblez que fascina y redime a esa sirena amputada. A diferencia del espectador y de ella misma, él no parece percibir el drama de esa ausencia tan visible. La asume dulcemente con la misma naturalidad con que pelea violentamente. El director de Un profeta sabe hacer que el dolor (y casi el olor) conmuevan desde la pantalla. Aunque el territorio geográfico es francés, las maneras cinematográficas no lo parecen.
No es la historia de la bella y la bestia. Es más bien la recreación del buen salvaje, un ser primario y sin doblez que fascina y redime a esa sirena amputada. A diferencia del espectador y de ella misma, él no parece percibir el drama de esa ausencia tan visible. La asume dulcemente con la misma naturalidad con que pelea violentamente. El director de Un profeta sabe hacer que el dolor (y casi el olor) conmuevan desde la pantalla. Aunque el territorio geográfico es francés, las maneras cinematográficas no lo parecen.