31 de marzo de 2013. Cines Renoir Plaza de España, Madrid.
Puerto Deseado es el lugar de la Patagonia en el que Marco, un viajante de una empresa de rodamientos, intenta dar un giro a su vida y dejar atrás sus problemas con el alcohol. La pesca de tiburones, en la que trata de iniciarse, y la relación con su hija, que intenta recuperar, son sus afanes en esos días de placidez austral.
Tras la inquietante El gato desaparece y la sugerente La ventana, Carlos Sorín nos lleva de nuevo por una carretera hacia el sur para contarnos otra historia mínima pero imprescindible. En esta ocasión la de un hombre maduro que busca tiempos más pacíficos que los que ha debido dejar atrás. Los fracasos en su primer intento de pescar tiburones y en su primera tentativa de recuperar el afecto de su hija no parecen haber dañado su corazón y así la película puede terminar con cierta esperanza. Sorín cuenta muy poco, pero sugiere mucho. La eficiencia sentimental de su cine es máxima. Apenas unos encuadres perfectos (la ventanilla del coche, la carretera hacia el sur, el mar en Puerto Deseado…) y unos retazos de vidas (el entrenador y la boxeadora, los trotamundos colombianos, la hija y el nieto…) hacen que uno quisiera saber mucho más de esos lugares y de esas personas. Y desee que le vaya bien a ese hombre que deberá aprender a pescar tiburones y a ser feliz en el sur.