15 de julio de 2013. Cines Marta, Avilés.
Una eslovaca se inicia en la prostitución con su hermana siempre pendiente de ella. Un matrimonio inglés tiene tentaciones adúlteras. Una joven brasileña deja a un novio infiel. Un hombre mayor busca a su hija desaparecida hace años. Un recluso por delitos sexuales se expone a la tentación. Un dentista musulmán ama a una mujer casada. El ayudante de un mafioso quiere abandonarlo. Esas son las encrucijadas de unas vidas que se entretejen levemente en una ronda que tiene como escenarios Viena, Londres, París, Denver, Phoenix y de nuevo Viena.
Aunque no estuvieran los siempre magnéticos Jude Law, Rachel Weisz o Anthony Hopkins la película también sería estupenda. Seguir la vida de una persona a la que le pasa algo interesante, cambiar de objetivo cuando se cruza alguien a quien también apetece seguir, hacer de esos fragmentos una serie de eslabones que terminan por cerrar una cadena. De eso va esta película. Las buenas historias no siempre necesitan nexos causales. A veces solo leves conjunciones. Si me atrapa y es coherente no me importa que una historia resulte improbable. Es cine. Y en este caso también literatura. Me fascina lo que les sucede a esos tres personajes en una noche de nieve en el aeropuerto de Denver, me gustaría que el dentista musulmán resolviera bien su dilema y desearía que no tuviera fin el encuentro entre la bella y la bestia en ese periplo de 360º por Viena. Meirelles ha hecho que me interesen esos trozos de vidas y que les desee lo mejor. Para mi es más que suficiente. Y es que esta historia no quiere ser trepidante como Ciudad de Dios, ni establecer tesis globales como las de González Iñárritu en Babel. Por eso defraudará a quienes busquen algo de aquellas en este Juego de destinos. Pero no a quienes disfrutamos jugando a cruzar las pequeñas historias que surgen ante nosotros y a imaginar que la vida tiene sentido. O que podríamos dárselo.
Aunque no estuvieran los siempre magnéticos Jude Law, Rachel Weisz o Anthony Hopkins la película también sería estupenda. Seguir la vida de una persona a la que le pasa algo interesante, cambiar de objetivo cuando se cruza alguien a quien también apetece seguir, hacer de esos fragmentos una serie de eslabones que terminan por cerrar una cadena. De eso va esta película. Las buenas historias no siempre necesitan nexos causales. A veces solo leves conjunciones. Si me atrapa y es coherente no me importa que una historia resulte improbable. Es cine. Y en este caso también literatura. Me fascina lo que les sucede a esos tres personajes en una noche de nieve en el aeropuerto de Denver, me gustaría que el dentista musulmán resolviera bien su dilema y desearía que no tuviera fin el encuentro entre la bella y la bestia en ese periplo de 360º por Viena. Meirelles ha hecho que me interesen esos trozos de vidas y que les desee lo mejor. Para mi es más que suficiente. Y es que esta historia no quiere ser trepidante como Ciudad de Dios, ni establecer tesis globales como las de González Iñárritu en Babel. Por eso defraudará a quienes busquen algo de aquellas en este Juego de destinos. Pero no a quienes disfrutamos jugando a cruzar las pequeñas historias que surgen ante nosotros y a imaginar que la vida tiene sentido. O que podríamos dárselo.