14 de febrero de 2014. Cines Centro, Gijón.
Thomas está preparando una adaptación teatral de La venus de las pieles, la novela de Leopold von Sacher-Masoch. Al final de una jornada de pruebas llega al teatro Vanda, una actriz que se llama como el personaje. La actriz y el director interpretan la obra. Mientras dialogan entran y salen de los personajes interpretando también el significado de la historia.
En una tarde de lluvia una cámara subjetiva entra en un viejo teatro. Dentro solo está un director que se parece mucho a Polanski. Quien llega es su mujer. Una actriz que quiere interpretar (en todos los sentidos) a Vanda, la Afrodita intemporal de una historia que trata sobre los límites del amor (o del amor en los límites). Pero que en esta película también trata de la relación entre el autor y la obra, entre quien maneja a los personajes y quien es interpelado por ellos. Un maravilloso juego de espejos en el que la cuarta pared también es uno de ellos. En las dos direcciones. Como en Las Meninas de Velazquez. Porque en esta joya metarreflexiva Vanda somos nosotros. El público a cuyos designios el director siempre está sometido. Pero al que también él busca someter. Es la lucha hermenéutica entre una actriz banalmente lúcida cuando no está en el personaje y un director al que fascina interpretar su propio personaje. Y verse sometido por él. Vanda/Afrodita somos nosotros. Con la cámara de Polanski hemos entrado en un teatro en el que se desarrolla un diálogo que cruza una y otra vez los límites entre la literatura intemporal y la vida de un creador actual. Cuando al final de la obra Afrodita se muestre sin pieles y la cámara vuelva a la calle, también seremos nosotros los que dejemos con ella ese magnífico teatro que hoy hemos visto en un cine. Un sueño personal: ver otra vez esta singular película proyectada en un teatro. En un día cualquiera de teatro. Con un público que espere ver teatro. Y para el que la cuarta pared se convierta por una noche en una cautivadora pantalla de cine.