2 de octubre de 2017. Cines Los Prados, Oviedo.
Blanco es el nuevo presidente de Argentina. Se estrena con una reunión muy importante que tiene lugar en Chile. Participan todos los líderes de la región para decidir si se crea una especie de OPEP latinoamericana. El presidente de Brasil pretende liderarla, pero los gringos también quieren estar ahí. La postura que adopte Blanco será determinante. Pero en esos días también tiene que lidiar con el drama de una hija mentalmente inestable que cree recordar episodios muy oscuros del pasado de su padre.
Tras El estudiante y Paulina solo cabe esperar películas estupendas de Santiago Mitre. La cordillera también lo es, aunque no se centre en las políticas de abajo sobre la gestación del liderazgo (El estudiante) o en la libertad radical de una mujer que decide algo inesperado (Paulina). Los escenarios de La cordillera son muy distintos a los de las otras. No es el Buenos Aires universitario ni las tierras rojas norteñas de Misiones sino las cumbres de los Andes que parecen metáfora del poder. La cordillera ya es una película fascinante por permitirnos asistir a esas conversaciones del equipo presidencial argentino, a las entrevistas con la periodista española, a las deliberaciones entre los presidentes o al encuentro secreto con el enviado de la otra América. Pero la trama personal del presidente Blanco le aporta un contrapunto oscuro que hace que la película de Mitre vaya más allá del magnífico retrato del poder que también hizo Bertrand Tavernier en su estupenda y muy irónica Crónicas diplomáticas. La decisión del presidente al final de La cordillera, igual que las que toman los protagonistas de El estudiante y Paulina, evidencia una constante en el cine de Santiago Mitre: su interés por huir de la simplicidad en los dilemas éticos y políticos que plantea. Que el espectador salga con cierto desasosiego por esas decisiones y tenga la necesidad de discutir con alguien sobre ellas demuestra la capacidad de Santiago Mitre no solo para hacer buen cine, sino para hacer pensar más allá de la corrección política. Sobra decir que me encanta ver en la pantalla a Ricardo Darín haciendo de presidente argentino y a Dolores Fonzi en el papel de esa hija a la que tanto hace sufrir su lucidez desquiciada.