26 de marzo de 2019. Casa de la Cultura, Avilés. V.O.S.
Pulsiones sádicas de un neurótico obsesivo que mata a la gente por amor al arte. Al arte de asesinar. Uno a uno va trasladando los cuerpos de sus víctimas en una furgoneta roja hasta una gran cámara frigórifica que tiene en un callejón.
La voz en off y la presencia final del personaje que interpretó Bruno Ganz dan pedigrí de calidad a una película que está más próxima al cine sádico de Tarantino que al apasionado de Pasolini. Tras ver a solas una noche el Anticristo en los añorados Cines Marta creí que el director danés no podría ir más allá en sus desbarres inhumanos. Pero me equivocaba. Con La casa de Jack ha conseguido que esta tarde unos hayan escapado de la sala y otros hayan dejado escapar esas risitas estúpidas que les salen a algunos cuando la tensión se les hace insoportable. Los coqueteos cuasifilonazis, la truculencia obscena y la perreta misógina del director danés no se justifican ni compensan con los momentos bien escritos que el guión también tiene ni con la aparente voluntad reflexiva de altos vuelos estéticos y teológicos con que se pretende barnizar la aspereza de la historia. Así que, aunque la película parece presentarse como cine de culto yo la veo más adecuada para satisfacer la barbarie palomitera (de hecho, ha estado en las salas más comerciales ocupando el espacio del cine más gore). Me temo que, igual que a Tarantino, a von Trier le puede esa querencia por pasarse y por demostrarnos lo bien que se lo pasa el público mientras ve lo que no debería ver. En fin, que me parece mentira que este sádico de querencias existencialistas sea el mismo que dirigió Rompiendo las olas, Bailar en la oscuridad, Dogville o Melancolía.