26 de junio de 2019. Cines Los Prados, Oviedo.
Una poeta polaca que ha ganado el Premio Nobel vive plácidamente en la Toscana desde que sus padres, judíos que sobrevivieron al exterminio, dejaron su país por motivos políticos. Ella tiene una relación muy buena con su nieta, menos buena con su hija y rutinaria con su marido. Pero también tiene una relación muy especial con un joven egipcio que tiene un restaurante en el puerto. Un tremendo atentado terrorista en el Campo dei Fiori despertará la animosidad de la gente contra los inmigrantes. Y a ella la hará reaccionar de una forma inesperada: rechazando el Premio Nobel.
"Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie". Consciente o involuntariamente el polaco Jazec Borcuch parece polemizar con Adorno con el gesto de esta poeta que dice que un atentado terrorista puede ser visto como obra de arte. Ella parece estar en las antípodas morales de Houellebecq (a quien se cita en la película) pero, igual que los lugareños, uno no acaba de comprender su actitud. Sobre todo viéndola conducir su precioso Porsche descapotable por las carreteras de la zona y coquetear con el guaperas egipcio a la vez que en casa les perdona la vida a ese marido y esa hija que no parecen tan mala gente. El comienzo con la desaparición del niño parece conectar la película con la última de Farhadi, pero enseguida el espejismo se desvanece y Borcuch va evidenciando más ambición que resultados. Por lo demás, en la última escena se une a esos directores que tienen la costumbre de poner sonidos de vencejos mientras sus personajes llevan abrigo. Deben pensar que esos preciosos chillidos son la banda sonora de lo rural en cualquier época del año. Ignoran que en Europa los vencejos solo nos regalan sus alegres vuelos en los atardeceres estivales.
"Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie". Consciente o involuntariamente el polaco Jazec Borcuch parece polemizar con Adorno con el gesto de esta poeta que dice que un atentado terrorista puede ser visto como obra de arte. Ella parece estar en las antípodas morales de Houellebecq (a quien se cita en la película) pero, igual que los lugareños, uno no acaba de comprender su actitud. Sobre todo viéndola conducir su precioso Porsche descapotable por las carreteras de la zona y coquetear con el guaperas egipcio a la vez que en casa les perdona la vida a ese marido y esa hija que no parecen tan mala gente. El comienzo con la desaparición del niño parece conectar la película con la última de Farhadi, pero enseguida el espejismo se desvanece y Borcuch va evidenciando más ambición que resultados. Por lo demás, en la última escena se une a esos directores que tienen la costumbre de poner sonidos de vencejos mientras sus personajes llevan abrigo. Deben pensar que esos preciosos chillidos son la banda sonora de lo rural en cualquier época del año. Ignoran que en Europa los vencejos solo nos regalan sus alegres vuelos en los atardeceres estivales.