1 de junio de 2019. Laboral Cinemateca, Gijón.
Juan y Esther viven con sus hijos en el campo criando toros. Él es un poeta reconocido que no se considera celoso. Hasta que la relación de ella con un amigo gringo pone a prueba la apertura sentimental que los dos creían compartir.
Conserva lo mejor de Post Tenebras Lux (la belleza de las atmósferas y de las imágenes crepusculares) y no tiene ninguna de sus excentricidades (la ausencia de un verdadero relato, el formato de 4:3 con aquella insufrible lente biselada). En Nuestro tiempo Carlos Reygadas apuesta por un formato radicalmente panorámico en el que aún resultan más bellos esos paisajes de Tlaxcala que me recuerdan a los hermosos campos abiertos de Salamanca o de Cáceres. La cámara se mueve con sosiego y parece levitar por la cotidianidad de este matrimonio en crisis interpretado por el propio director y su familia en la casa en que viven. No sé si Reygadas se dedica realmente a criar ganado bravo, pero lo filma con una fuerza y una radicalidad (en la belleza y también en el dramatismo) pocas veces vista en el cine. Nuestro tiempo es una reflexión sobre las posibilidades de un amor sin celos. O un retrato sobre los celos desde el punto de vista de quien se creía inmune a ellos. Pero más allá de eso, es también un ejercicio cinematográfico original que, evitando arritmias en el relato, consigue sacar el mayor partido a hallazgos como el de esa voz en off infantil, las quizá metafóricas peleas entre toros o esas cartas que escuchamos mientras contemplamos imágenes tan poderosas como la del avión crepuscular que se acerca a la Ciudad de México. Así que Nuestro tiempo me reconcilia con Reygadas. De hecho, no se me hacen nada largas estas casi tres horas en casa de esta familia cosmopolita y taurina.