12 de enero de 2013. Centro Municipal Integrado Pumarín, Gijón. V.O.S.
París, años sesenta: una madre y su hijo con síndrome de Down viven un amor perfecto. Montreal, hoy: la llegada de una joven rubia a la vida de él rompe la historia de amor de una familia feliz. En París la atracción del niño por una niña rubia también pondrá a prueba ese amor filial. Solo la canción que da título a la película parece unir las dos historias. Pero al final esas vidas distantes se revelarán sucesivas.
La música, tan necesaria para esa familia canadiense, y los pequeños gestos y rituales entre la madre y el niño franceses hacen muy grata esta película. Pero no fácil. Y no porque el relato no sea lineal o porque las dos historias estén salpicadas con inquietantes presagios oníricos, sino porque su unión final obliga a aceptar que se trata de las mismas vidas, que se suceden más allá de la muerte. Pero es tan brillante la forma en que se trenzan los desenlaces de las dos historias que finalmente se conjura el temor de estar viendo dos buenas películas que no llegarán a fundirse. El final feliz de la segunda compensa y redime las culpas del dramático final de la primera.