20 de enero de 2013. Centro Niemeyer, Avilés.
Una familia acomodada vive en una zona rural de México en la que su forma de vida contrasta bastante. Tras un robo en la casa, el padre es asesinado. Hay más cosas, pero sin pies ni cabeza. De hecho, quien lo mata acaba perdiéndola. Literalmente.
Uno espera encontrar los motivos por los que el festival de Cannes consideró que Reygadas merecía el premio al mejor director por esta película, pero después de dos horas no aparecen. La película tiene un buen sonido directo del entorno natural y algunas imágenes poderosas (como las de la niña entre esos perros y vacas crepusculares o la aparición de ese diablo luminoso en la noche), pero la mayoría de las escenas parecen fraudulentas. El indescifrable partido de rugby, la cacería de patos o la trampa de abusar de las imágenes de sus propios hijos en la deliciosa edad en que aprenden a hablar, hacen pensar que, más que reivindicar un cine fragmentario que impugna los relatos lineales, Reygadas simplemente está aprovechando unos retales que alinea sin motivo en esta película. Al usar el formato 4:3 o la lente biselada para los exteriores (con esa desagradable imagen que recuerda al aura previa a las migrañas) quizá pretenda aparentar que está haciendo cine experimental. Pero el espectador acaba convencido de lo oportuno que resulta aquí ese versículo del libro de Job: “Después de las tinieblas, espero la luz”.
Uno espera encontrar los motivos por los que el festival de Cannes consideró que Reygadas merecía el premio al mejor director por esta película, pero después de dos horas no aparecen. La película tiene un buen sonido directo del entorno natural y algunas imágenes poderosas (como las de la niña entre esos perros y vacas crepusculares o la aparición de ese diablo luminoso en la noche), pero la mayoría de las escenas parecen fraudulentas. El indescifrable partido de rugby, la cacería de patos o la trampa de abusar de las imágenes de sus propios hijos en la deliciosa edad en que aprenden a hablar, hacen pensar que, más que reivindicar un cine fragmentario que impugna los relatos lineales, Reygadas simplemente está aprovechando unos retales que alinea sin motivo en esta película. Al usar el formato 4:3 o la lente biselada para los exteriores (con esa desagradable imagen que recuerda al aura previa a las migrañas) quizá pretenda aparentar que está haciendo cine experimental. Pero el espectador acaba convencido de lo oportuno que resulta aquí ese versículo del libro de Job: “Después de las tinieblas, espero la luz”.