21 de enero de 2013. Cines Marta, Avilés.
Freddie Quell es un joven desequilibrado cuya vida queda a la deriva tras la Segunda Guerra Mundial. Hasta que conoce a Lancaster Dodd, el líder de un grupo entre terapéutico y sectario que defiende la posibilidad de acceder a recuerdos de vidas pasadas. La relación entre ellos es casi la de un padre y un hijo, pero un día Freddie se distancia para recuperar su propia vida. Al final se encuentra de nuevo con Dodd, quien se ha convertido en patriarca de una poderosa iglesia.
“La Causa” que lidera Lancaster Dodd es, al parecer, el trasunto de la Iglesia de la Cienciología, con lo que la película se puede interpretar en claves controvertidas que seguramente son más accesibles para el público norteamericano. En cualquier caso, Paul Thomas Anderson consigue que resulte fascinante la atracción entre ese desquiciado que interpreta Joaquin Phoenix y el maestro de esa secta desquiciadora encarnado por Seymour Hoffman. Esas dos interpretaciones y la forma en que Anderson recrea la atmósfera de la sociedad norteamericana de postguerra, subrayada por una banda sonora muy oportuna, hacen que la película sea memorable y parezca prolongar su mirada sobre la historia de los Estados Unidos iniciada con Pozos de ambición. El líder/patriarca/profeta en que se convierte Seymour Hoffman recuerda por momentos a aquellos otros que Orson Welles y Francis Ford Coppola convirtieron en iconos. Pero es Joaquín Phoenix quien crea uno nuevo en esta película, el de un discípulo/hijo/mesías tan desequilibrado como magnético y vulnerable.
“La Causa” que lidera Lancaster Dodd es, al parecer, el trasunto de la Iglesia de la Cienciología, con lo que la película se puede interpretar en claves controvertidas que seguramente son más accesibles para el público norteamericano. En cualquier caso, Paul Thomas Anderson consigue que resulte fascinante la atracción entre ese desquiciado que interpreta Joaquin Phoenix y el maestro de esa secta desquiciadora encarnado por Seymour Hoffman. Esas dos interpretaciones y la forma en que Anderson recrea la atmósfera de la sociedad norteamericana de postguerra, subrayada por una banda sonora muy oportuna, hacen que la película sea memorable y parezca prolongar su mirada sobre la historia de los Estados Unidos iniciada con Pozos de ambición. El líder/patriarca/profeta en que se convierte Seymour Hoffman recuerda por momentos a aquellos otros que Orson Welles y Francis Ford Coppola convirtieron en iconos. Pero es Joaquín Phoenix quien crea uno nuevo en esta película, el de un discípulo/hijo/mesías tan desequilibrado como magnético y vulnerable.