14 de abril de 2016. Centro Niemeyer, Avilés. V.O.S.
Un forastero sospechoso llega una noche a Bright Hope. Tras dispararle en una pierna el sheriff lo lleva al calabozo. La mujer de un vaquero, que también está inmovilizado con una pierna herida, le saca la bala y se queda para cuidarlo con el ayudante más joven del sheriff. A la mañana siguiente los tres han desaparecido. Han sido secuestrados por unos indios caníbales que durante la noche asesinaron a un joven negro y se llevaron varios caballos. El sheriff, el anciano que le ayuda, el que pidió ayuda a la mujer y el vaquero cojo que se quedó sin ella salen hacia las montañas donde vive esa temible tribu.
Un magnífico western que se acaba convirtiendo en una película de terror. Aunque la tremenda escena inicial anticipa la crudeza que dominará la última parte (de hecho, sucede en el mismo escenario), la parte central de la película nos muestra el periplo a caballo y a pie de un cuarteto casi arquetípico: el sheriff responsable, el anciano inocente, el listo racista y el vaquero enamorado. Bone Tomahawk se suma así a Slow West, El renacido y Deuda de honor en la serie de travesías peligrosas por el salvaje Oeste que hemos visto este año. La violencia en el infierno troglodita de su tramo final me ha recordado, más que al cine de Tarantino, a las escenas más duras de La carretera, la tremenda película de John Hillcoat sobre la novela de Cormac McCarthy. Bone Tomahawk, además de ser un estupendo western casi gore, contiene también una historia de amor heroico trufada de ironías. Así que Craig Zahler nos regala mucho en poco más de dos horas. Pero solo si uno es capaz de mirar todo el tiempo a la pantalla. Yo lo hice, pero me costó bastante.