24 de abril de 2016. Centro Niemeyer, Avilés.
Roberto trabaja de peón en una obra, pero lo despiden. Eduardo estudia Bellas Artes, pero no va a clase. Los dos viven en Cali y son grafiteros con inspiraciones tan diversas como la primavera árabe o un inmenso árbol.
"Nunca más guardemos silencio". "América sudaca y callejera". El primer lema lo pintan estos dos artistas en las periferias de Cali. El segundo lo grita uno de sus aliados de la noche. Son dos consignas transgresoras que podrían resumir la actitud de estos dos pacíficos revolucionarios de la brocha y el espray. La cámara los sigue con un tono a medio camino entre la ficción accidental y el documental incidental. La abuela entrañable, el padre que canta, los policias de maneras rudas que nos deparan el delicioso final en el árbol, las elecciones locales con propaganda ubicua y religiosa, las calles de Cali que Roberto recorre con su monopatín... Todos esos elementos tangenciales tienen tanto protagonismo en la película como los avatares de estos dos jóvenes empeñados en llenar de vida y color las paredes de su ciudad.