3 de noviembre de 2016. Cines Parqueastur, Corvera.
Dos policías del grupo de homicidios investigan el asesinato de una anciana en el centro de Madrid. Uno vive solo y es tartamudo y huraño. El otro es violento e impulsivo y sufre lo indecible al saber ese verano que su mujer le engaña. Para los demás el crimen parece obvio, pero ellos descubren que la anciana ha sido violada. Después habrá otros casos parecidos que tampoco recogerá la prensa.
Hace solo dos meses Raúl Arevalo nos sorprendió con su magnífica Tarde para la ira. Ahora Rodrigo Sorogoyen nos ofrece otra buena muestra de ese género emergente que podríamos llamar thriller ibérico (en el que también se podrían incluir otras películas tan estupendas como Magical girl) y que le da mil vueltas a la mayoría de las películas americanas de crímenes y policías que se proyectan en nuestros cines. El director de la extraordinaria Stockholm nos presenta aquí una historia policial muy truculenta en la que no es más interesante el eje central de la investigación que los retazos sobre los dramas vitales de esos policias. El guión está magníficamente escrito. La cámara se mueve con pertinencia y atrevimiento. La historia fluye sin trampas ni giros innecesarios. Y los actores están todos soberbios. Antonio de la Torre vuelve a bordar un personaje magnético que añade nuevos tonos a esa paleta dramática que con la que ha conseguido trabajos tan magníficos como los de los personajes protagonistas de Caníbal o Tarde para la ira. Roberto Álamo está espectacular en el papel de ese policía colérico pero noble que tanto me recuerda su fenomenal interpretación con Sergio Peris-Mencheta en aquella otra impresionante pareja de policías de Lluvia constante, estrenada en el Palacio Valdés hace poco más de un año. El camaleónico Javier Pereira también está tremendo e irreconocible en este papel siniestro y extrañamente edípico que resulta tan diferente del que interpretó en Stockholm. Con protagonistas así el resto de los actores serían meros comparsas en cualquier otra película. Pero no en Que Dios nos perdone. Aquí hasta los que tienen papeles muy breves nos hacen sentir que también serían magníficas otras películas posibles en las que sus personajes fueran los protagonistas. Pero es que, además, al policía tartamudo le encantan los fados y la película se cierra con la voz de Amalia Rodríguez cantando el que le da título. ¿Qué más se puede pedir? Solo dos cosas. Que la película tenga el éxito que merece y que Rodrigo Sorogoyen estrene pronto otra.