17 de enero de 2017. Cines Los Prados, Oviedo. V.O.S.
Una historia de amor en Los Ángeles entre dos jóvenes con ilusiones. Él es pianista de jazz y quiere tener su propio club. Ella trabaja de camarera pero quiere ser actriz y estrenar una obra. Los vemos a lo largo de cuatro románticas estaciones con epílogo cinco años después.
Vaya por delante que las películas musicales de aquellas lejanas tardes televisivas de los sábados me resultaban insoportables. Solo Bailar en la oscuridad y, recientemente, Cerca de tu casa, han hecho que cambie en parte mi opinión sobre ese género. Cantantes singulares metidas a actrices y temas dramáticos de cierta enjundia han moderado mi antiguo desprecio por ese género clásico en el que los actores dejaban de repente de hablar para ponerse a bailar. Pero Emma Stone, Ryan Gosling y Damien Chazelle han conseguido acabar para siempre con mis prejuicios. Y lo han logrado con una historia de amor tan clásica como aquellas que yo detestaba. Emma Stone defendiendo un personaje delicioso con una expresividad que la hace merecedora de todos los premios que puedan darle. Ryan Gosling demostrando otra vez (como en Drive o en Blue Valentine) lo mucho que la cámara quiere a este chico menudito y de gesto contenido. Y Damien Chazelle construyendo una película preciosa y fiel a esa pasión suya por la música que hacía tan extraordinaria la áspera historia de Whiplash (no está reseñada en este blog porque la he visto en casa en video) y que me hace desear ver cuanto antes Guy and Madeline on a Park Bench (su primera película que, según creo, no se ha llegado a estrenar aquí). Y es que todo es magnífico en La La Land. La música dulce y con vocación de melodía clásica, las coreografías perfectas que en los primeros minutos ya son una carta de presentación apabullante de la extraordinaria calidad que tendrá la película, los planos larguísimos (para empezar el primero) tan maravillosamente concebidos que contemplar esas escenas resulta impagable. Y para rematar la historia y hacerla perfecta, ese final casi doble en el que ninguno de los tres renuncia a nada. Los dos personajes a sus afanes apasionados. Y Damien Chazelle a terminar su historia con un cierre impecable en el que sortea el típico final feliz de otros musicales pero no se priva de mostrarnos aceleradamente otra película posible. La que justifica los luminosos gestos de despedida de esos amantes inolvidables. Así que quedarse en la butaca escuchando la hermosa canción que acompaña los títulos de crédito resulta tan inevitable como seguir navegando por el Tíber cuando terminaba La gran belleza.