21 de enero de 2017. Cines Parque Principado, Lugones.
En 1919 un hombre torturado por lo que ha vivido en la guerra encuentra la paz cuidando la luz de un faro en una isla solitaria. Allí consigue ser feliz con una joven que lo quiere. Tras dos embarazos malogrados sus vidas cambiaran con la aparición de una barca en la que hay un hombre muerto y una niña de pocas semanas. Ella lo convence para que no informe del suceso y se queden con la niña como si el segundo embarazo hubiera llegado a término. Pero los años de felicidad se acaban cuando él conoce a la mujer que perdió en el mar a un marido y una hija.
Tras Blue Valentine y Cruce de caminos Derek Cianfrance sigue haciendo un cine de alto voltaje sentimental con esta historia clásica llena de dilemas difíciles en paisajes extremos. La luz entre los océanos es un drama antiguo, "un peliculón" como decían al salir de la sala los que la vieron detrás de nosotros. Es una historia de amor y desazón en la que Cianfrance consigue de nuevo que comprendamos y nos pongamos de parte de todos sus personajes. De una esposa que, con ese regalo del mar, tiene la oportunidad de ser madre cuando más lo necesita. De un hombre justo que por amor no cumple con su deber pero luego no soporta la culpa. De una madre angustiada que recupera a la hija perdida cuando ya tiene otra madre. De una niña que no puede entender por qué la arrancan de su vida. Y hasta del alemán muerto en el mar que prefería el perdón al rencor porque para perdonar solo hay que sufrir una vez y mantener el rencor supone sufrir a diario. Con una factura muy clásica, La luz entre los océanos nos presenta unos dilemas que resultan bien actuales y reconocibles. Como los que siguen presentes en Argentina con los hijos de desaparecidos que sufren las consecuencias de un pecado original del que son inocentes. Frente al radicalismo moral, tan habitual cuando se tratan estos temas, me gusta la comprensiva y hermosa manera con que Cianfrance los aborda en su cine.