20 de febrero de 2017. Cines Los Prados, Oviedo.
Los días del magnicidio en primera persona. Desde las horas anteriores al atentado de Dallas hasta el encuentro con un periodista una semana después.
Tras su magnífico acercamiento a la figura de Neruda, Pablo Larraín nos ofrece un retrato sobre aquella mujer que tuvo muy claro que en esos días se estaba construyendo un relato histórico. La muerte de Kennedy no fue solo conocida, sino también vista por todos. Y esa conciencia plena que ella tenía sobre el poder de las imágenes es uno de los aspectos que Larraín nos propone para explicar aquella contenida exhibición pública de un dolor privado. Para romper la linealidad del relato el director chileno decide que, curiosamente, serán fragmentos de una entrevista con un periodista de prensa escrita y de las confesiones con un cura católico los hilos conductores de la historia. Larraín tiene el acierto de no hurtarnos los instantes del atentado, pero también de no hacer que la película gire en torno a él. De hecho, fragmenta esa secuencia con una notable habilidad para evitar defraudarnos o generar morbo. Por lo demás, Natalie Portman está soberbia en un papel nada fácil. Además de encarnar a Jacqueline Kennedy en esta ficción tentativa también lo hace en las escenas que replican las imágenes televisivas (acertadamente, Larraín no usa las originales). Y es que todo es oportuno en Jackie. Hasta esa llamativa banda sonora que nunca subraya, sino que consigue equilibrar unos sentimientos que, tratados de otro modo, podrían saturar algunas escenas. Tras Tony Manero, No, El Club y Neruda está muy claro que Pablo Larraín puede asumir cualquier reto cinematográfico que se proponga aportando siempre una mirada coherente y singular.