16 de abril de 2013. Casa de la Cultura, Avilés.

Los personajes no son actores. Parecen interpretar sus propias vidas. Literalmente. Los escenarios y los protagonistas son verdaderos, pero lo que dicen no lo parece. Largos planos fijos para unos diálogos hieráticos hacen que esas vidas no parezcan vivas. Es como si un director español le hubiera dicho a los miembros de una familia mejicana que se digan, de la forma más natural posible, lo que se suelen decir en familia. Y eso no funciona. Por muy quieta que se deje la cámara, la naturalidad se vive, no se revive. Para recrearla son mejores los actores, los que saben hacer que las historias verdaderas se conviertan en verdaderas historias. Y es que para hacer buen cine hace falta algo más que buenas intenciones.