21 de Abril de 2013. Cines Marta, Avilés.
Anna, la esposa del destacado miembro del gobierno ruso Alekséi Karenín, viaja a Moscú para convencer a la mujer de su hermano de que no le abandone tras su última infidelidad. Allí conoce a Alekséi Vronsky, un joven con quien tiene una relación apasionada que acaba con su matrimonio. Con una hija de Vronsky y sin lograr el divorcio de Karenín, el entorno aristocrático de Anna la condena al ostracismo.
Tras Orgullo y prejuicio y Expiación, Joe Wright tiene buenos motivos para sentirse un maestro en el arte de llevar grandes novelas al cine. Ahora se atreve con Anna Karenina. Pero esta vez ha pecado de exceso de confianza. En Tolstoi. Quizá dio por hecho que la historia de pasiones y adulterios del maestro ruso era ya tan potente que llegaba sola al espectador y que él podía dedicarse a lo suyo, a deslumbrar con imágenes fascinantes. Y lo consigue (deslumbrar con sus imágenes). Su Anna Karenina es una coreografía de planos sorprendentes que aprovecha magníficamente las posibilidades de un espacio tan simbólico como el de un teatro. Allí pone su mirada barroca y sus escenarios mutantes con un planteamiento que es justo el negativo de aquel Dogville minimalista de Lars von Trier. Pero sus magníficos planos y secuencias no consiguen dar el suficiente relieve a la historia de sus personajes. Las imágenes saltan con fuerza de su teatro a nuestra pantalla, pero no así los sentimientos. Por mucho que se esfuerce Keira Knightley, la pasión y el drama de su personaje adúltero me convence tan poco como los del también adúltero personaje de la no menos esforzada Rachel Weisz en The Deep Blue Sea. Pero si aquella (sobrevalorada) película me pareció solo una vana parodia del cine de Won Kar-Wai, las imágenes de Joe Wright me han parecido poderosas y originales. A ver si la culpa la va a tener Tolstoi.
Tras Orgullo y prejuicio y Expiación, Joe Wright tiene buenos motivos para sentirse un maestro en el arte de llevar grandes novelas al cine. Ahora se atreve con Anna Karenina. Pero esta vez ha pecado de exceso de confianza. En Tolstoi. Quizá dio por hecho que la historia de pasiones y adulterios del maestro ruso era ya tan potente que llegaba sola al espectador y que él podía dedicarse a lo suyo, a deslumbrar con imágenes fascinantes. Y lo consigue (deslumbrar con sus imágenes). Su Anna Karenina es una coreografía de planos sorprendentes que aprovecha magníficamente las posibilidades de un espacio tan simbólico como el de un teatro. Allí pone su mirada barroca y sus escenarios mutantes con un planteamiento que es justo el negativo de aquel Dogville minimalista de Lars von Trier. Pero sus magníficos planos y secuencias no consiguen dar el suficiente relieve a la historia de sus personajes. Las imágenes saltan con fuerza de su teatro a nuestra pantalla, pero no así los sentimientos. Por mucho que se esfuerce Keira Knightley, la pasión y el drama de su personaje adúltero me convence tan poco como los del también adúltero personaje de la no menos esforzada Rachel Weisz en The Deep Blue Sea. Pero si aquella (sobrevalorada) película me pareció solo una vana parodia del cine de Won Kar-Wai, las imágenes de Joe Wright me han parecido poderosas y originales. A ver si la culpa la va a tener Tolstoi.