30 de mayo de 2013. Centro Niemeyer, Avilés.
Renate indaga sobre la vida de su tío Rodolfo. Había sido cuchillo de palo en una familia de herreros y homosexual en un país que los estigmatizaba incluyéndolos en listas (la primera era de 108, un número que en Paraguay aún sigue significando puto o maricón). Renate pregunta por él a su padre, a sus vecinos y a quienes le conocieron. Así consigue averiguar aspectos de su vida que quizá explican los motivos de su muerte.
En la memoria de Renate había una historia que merecía ser contada. Y lo ha hecho delicadamente en esta ópera prima tan honesta y sencilla como sincera y emotiva. Su cámara siempre está donde debe. Sus preguntas (y sus silencios) también. Así consigue mostrarnos escenas magníficas como las de sus confrontaciones con su padre (un hombre simple lleno de tópicos homófobos y religiosos) o las de sus encuentros con los amigos de Héctor (el otro nombre de Rodolfo). Y poco a poco nos va desvelando las circunstancias de una biografía truncada, pero también las de un país en el que un canalla llamado Stroessner supo utilizar el miedo y los prejuicios de la gente. A los lugares que recuerdo de mis (siempre cortas) estancias en Asunción se unirán ahora esa esquinita en la que hay una lavanderia y esa calle en la que el padre de Renate tiene su taller. La oportuna mirada de esta joven directora paraguaya sabe hacer buen cine en esos humildes escenarios. Y algo más. Recuperar la memoria y la dignidad.