de Pernille Fischer Christensen. Dinamarca, 2010. 102’.
9 de mayo de 2013. Centro Niemeyer, Avilés. V.O.S.
Ditte recibe una interesante oferta para trabajar en una importante galería de arte de Nueva York. La oportunidad le llega a la vez que un embarazo no previsto. Tras algunas dudas, decide abortar. Poco después a su padre le diagnostican un cáncer avanzado. Ditte deberá enfrentarse a un nuevo dilema, el de seguir con su proyecto o cumplir el deseo de su padre y hacerse cargo de la panadería que fundó su bisabuelo.
Las encrucijadas de la vida. Los dilemas entre las responsabilidades familiares y los proyectos personales. De eso trata esta historia que comienza chispeante con unos personajes alegres y vitales en los que poco a poco se irá instalando la tristeza y la dudas más sombrías. Y no solo en Ditte y en su padre, también en el novio de ella y en la joven esposa de él. Las difíciles circunstancias que todos afrontan hacen que brote lo mejor y lo peor de cada uno. Como en la vida misma cuando se sabe y se acerca la muerte de alguien querido. El final de la vida de ese padre es sobrecogedor en la magnífica interpretación de Jesper Christensen. Asistimos a su progresivo deterioro y finalmente le vemos agonizar en una sosegada escena familiar mostrada con un naturalismo pocas veces visto en el cine. La segunda parte de la película me ha recordado a la magistral Amor de Haneke (¡bravo por ese Principe de Asturias de las Artes que se le ha concedido hoy!). La primera me ha hecho pensar en el inefable Gallardón y en sus gentes. Para ellos Ditte no tendría que afrontar ningún dilema moral. Dios, la naturaleza y la ley habrían decidido por ella cuándo debe ser madre. Buen cine, en suma, este que nos llega de Dinamarca. Nos habla de la vida y nos da que pensar. ¿Qué más se puede pedir?
9 de mayo de 2013. Centro Niemeyer, Avilés. V.O.S.
Ditte recibe una interesante oferta para trabajar en una importante galería de arte de Nueva York. La oportunidad le llega a la vez que un embarazo no previsto. Tras algunas dudas, decide abortar. Poco después a su padre le diagnostican un cáncer avanzado. Ditte deberá enfrentarse a un nuevo dilema, el de seguir con su proyecto o cumplir el deseo de su padre y hacerse cargo de la panadería que fundó su bisabuelo.
Las encrucijadas de la vida. Los dilemas entre las responsabilidades familiares y los proyectos personales. De eso trata esta historia que comienza chispeante con unos personajes alegres y vitales en los que poco a poco se irá instalando la tristeza y la dudas más sombrías. Y no solo en Ditte y en su padre, también en el novio de ella y en la joven esposa de él. Las difíciles circunstancias que todos afrontan hacen que brote lo mejor y lo peor de cada uno. Como en la vida misma cuando se sabe y se acerca la muerte de alguien querido. El final de la vida de ese padre es sobrecogedor en la magnífica interpretación de Jesper Christensen. Asistimos a su progresivo deterioro y finalmente le vemos agonizar en una sosegada escena familiar mostrada con un naturalismo pocas veces visto en el cine. La segunda parte de la película me ha recordado a la magistral Amor de Haneke (¡bravo por ese Principe de Asturias de las Artes que se le ha concedido hoy!). La primera me ha hecho pensar en el inefable Gallardón y en sus gentes. Para ellos Ditte no tendría que afrontar ningún dilema moral. Dios, la naturaleza y la ley habrían decidido por ella cuándo debe ser madre. Buen cine, en suma, este que nos llega de Dinamarca. Nos habla de la vida y nos da que pensar. ¿Qué más se puede pedir?