31 de mayo de 2016. Cines Parqueastur, Corvera.
Una familia de colonos ingleses en Nueva Inglaterra es expulsada del pueblo en el que vivían. El motivo son los desacuerdos del padre con la iglesia de la comunidad. El matrimonio y sus cinco hijos levantan una granja cerca del bosque. Allí viven en estricta observancia de unas reglas religiosas que les hacen interiorizar la culpa y el miedo. Y también temer a las brujas que habitan en ese bosque. La desaparición del hijo menor, un bebé de apenas unos meses, mientras su hermana lo cuidaba es el inicio de la serie de desgracias que padecerá esta familia.
Hay dos retratos magníficos en esta opera prima de Robert Eggers. La de la vida cotidiana de esta familia integrista del siglo XVII y la de ese bosque fantasmagórico habitado por brujas. El primero, que es el que vemos la mayor parte del tiempo, casi produce más desasosiego que las imágenes de las brujas y sus manifestaciones. Los dos retratos son formalmente impecables y tan elegantes que parecen inspirados por referentes pictóricos. Pero encuentro problemas a la relación entre ambos. La existencia real de las brujas que la película plantea no acaba de conciliarse con su construcción social (en este caso familiar) que también parece querer defenderse. Si la película pretende mostrarnos lo segundo (y lo hace bien) no deberíamos ver como ciertas a las brujas del bosque. Y si trata de una historia de brujas (tremenda pero muy bien contada) no sería necesario que sus víctimas pertenecieran a una familia integrista. En La bruja hay dos películas que me han gustado, pero hubiera preferido que hubiera una sola. La de ese matrimonio ultracristiano que vive en la culpa y el miedo y que los contagia a sus hijos.