15 de junio de 2016. Cines Los Prados, Oviedo.
1999. Una joven china tiene dos pretendientes. Uno será un humilde trabajador. El otro se hará rico. Ella se decide por el segundo y el primero se va lejos de la ciudad. 2014. Está divorciada y no tiene la custodia de su hijo. Su padre muere y el pequeño vuelve con ella para asistir al funeral del abuelo. Casi no la conoce. Ni la volverá a ver nunca más. 2025. El hijo y su padre rico viven en Australia. El muchacho debería entrar en la universidad, pero no quiere seguir los planes del padre. Detesta el extrañamiento que ha impuesto a su vida y sufre por ese desarraigo en el que hasta la lengua de su país le resulta ajena.
"Cuando China despierte el mundo temblará". Lo dijo Napoleón hace doscientos años e inspiró el título de un libro de Alain Peyrefitte hace cuarenta. Jia Zhang Ke retrata los efectos de ese despertar hoy. Pero no en el mundo, sino en el interior de la sociedad china que ese pequeño grupo humano representa. Ese cambio generacional es lo mejor de una película que se hace larga. Que puede ser interesante en su primera parte y quizá también en la tercera. Pero que tiene en la segunda un giro extraño al dejarnos sin saber nada más del personaje del novio pobre justo cuando se reencuentra con la protagonista y, sin embargo, dar tanta importancia a la muerte del abuelo que solo es un pretexto para que vuelva el niño. No es un fallo del guión, pero sí una falla en la estructura de una historia que quiere ser bastante más que la de las consecuencias de la elección de una mujer china.