20 de junio de 2016. Centro Niemeyer, Festival de cine LGBTIQ, Avilés.
Manuel es Luana. A los cuatro años le dijo a su madre que ese era su nombre. Ella había tenido dos niños gemelos pero a los dieciocho meses lo primero que le dijo uno de ellos es la frase que da título al documental. Durante tres cuartos de hora solo vemos a la madre que, ante un fondo gris, nos cuenta la historia de Luana, la primera niña trans de Argentina.
El título de la película me ha recordado al nombre de un programa asturiano de educación afectivo-sexual. Se llama "Ni ogros, ni princesas" y parte de la tesis clásica del sistema sexo-género: con el sexo (más o menos) se nace y el género es más bien una construcción social. La definición binaria del sexo biológico es hoy algo más que discutible, pero la madre de Luana viene a sostener una tesis dualista e innatista según la cual en un cuerpo indiscutiblemente masculino habitaría un alma indiscutiblemente femenina. No parece haber espacio para la construcción social, ni para las identidades difusas. El hermano sería nene (no sé si también ogro) en cuerpo y alma. La hermana tendría alma de princesa en un cuerpo con pene. De esta tesis monologada (solo vemos y escuchamos a la madre) me parece discutible el radicalismo binario sobre las identidades sexuales que parece defender. Por lo demás, sobre estos temas encuentro mucho mejor (al menos cinematográficamente) Naomi Campel, la película chilena de Nicolás Videla y Camila José Donoso que se proyectará aquí esta tarde (nosotros ya la vimos en Barcelona). Al menos no defiende tan claramente un dualismo innatista sobre la identidad sexual.