6 de octubre de 2018. Centro Niemeyer, Avilés. V.O.S.
Un lejano baño en una playa gallega. Un escritor que no se ha ido de allí y malvive entre libros, resacas y drogas. La pareja con la que compartió tanto hace tanto tiempo regresa ahora de París. Ella morirá en pocos meses. Por eso los tres quieren sentirse unidos otra vez.
El extrañamiento y las dudas como signos del presente. Ese podría ser el común denominador de un cine generacional que ha dado frutos magníficos con jóvenes cineastas madrileños (por ejemplo, Jonás Trueba con Los ilusos o Los exiliados románticos), catalanes (por ejemplo, Laia Alabart, Alba Cros, Laura Rius y Marta Verheyen con Las amigas de Àgata, Elena Martín con Julia ist o Elena Trapé con Las distancias) y también gallegos (por ejemplo, Ángel Santos con Las altas presiones). Sin embargo, aunque A estación violenta pretende compartir su mirada, se queda lejos de esas estupendas películas. La historia gravita en exceso sobre hechos del pasado que ignoramos y que luego no son aclarados. Y también pesa demasiado ese tópico del escritor a la deriva que se entrega al alcohol y las drogas. La intensidad desnuda y tactil de ese trío que regresa del pasado le da un aire singular a esta historia. Pero lo que realmente me queda de ella es la estupenda interpretación de Nerea Barros. Igual que me pasó ayer con la interpretación de Lady Gaga en Ha nacido una estrella, es esa cautivadora presencia femenina lo único que me fascina de esta película.