2 de septiembre 2013. Cines Marta, Avilés.
Un niño con antifaz queda fascinado ante la figura de un viejo comanche expuesta en una feria sobre los tiempos de la conquista del oeste. El indio cobra vida de repente y rememora sus aventuras con un ranger que también llevaba antifaz. Tiempos heroicos con ferrocarriles, forajidos y paisajes maravillosos que deslumbran a ese niño asombrado por la magia de ser un llanero solitario al lado de este Johnny Depp con maneras de Charlot. Tanto como el propio espectador, que se siente como un niño ante este alegre homenaje al viejo cine del lejano oeste.
Los últimos días de La escala humana. Los títulos de esas dos películas (en cuyas reseñas hablé de los Cines Marta) sirven ahora para describir lo que hemos sentido en estos días que preludiaban esta última sesión. Perdemos mucho más que un espacio cercano para cultivar los (buenos) hábitos cinéfilos. Perdemos sus luces en ese precioso rincón de la ciudad. También las echarán de menos quienes no han querido aceptar últimamente su acogedora invitación para vivir en otras ciudades desde ese privilegiado espacio de la nuestra. Hace más de sesenta años el cine Marta y María se inauguró con Río Abajo. Esta noche se ha despedido con las peripecias de este llanero solitario en una sala con mucho público en la que se ha podido sentir una vez más la magia del cine grande y compartido. Los silencios audibles, las risas oportunas, las exclamaciones sintonizadas han hecho que esa sala del Marta haya tenido esta noche mejor sonido que nunca. Ese que da vida a las imágenes porque delata lo mucho que el público está disfrutando con ellas. Pero el trece tenía que ser un año aciago. Lo fue hace un siglo para Georges Méliès, que tan buen reconocimiento tuvo el año pasado con el magnífico homenaje de Scorsese en La invención de Hugo y que tan oportunamente se reivindica ahora (y con él la propia historia del cine) en la espléndida exposición que aún se puede ver en el Caixaforum de Madrid. Pero tras aquel año terrible para Méliès el siguiente fue providencial para Chaplin. Incluso el gran mago francés llegó a tener en vida el reconocimiento de quienes supieron recuperarlo y lograron que su proyectil en el ojo de la Luna se convirtiera en un icono de la magia del cine. Ojalá que les pase algo así a los Cines Marta. Ojalá que, más pronto que tarde, vuelvan a estar abiertos. Pase lo que pase, los Cines Marta serán para mi los más queridos de la serie de lugares en los que tantas otras vidas he vivido en esta ciudad (Los Florida, El Almirante, Los Chaplin, El Canciller -y también la Casa de la Cultura y por supuesto el Niemeyer-). En esas salas de cine (y en muchas otras de España y del otro lado del charco) he disfrutado de cientos de películas. Treinta y nueve he visto en el Marta en los diez meses que lleva abierto este blog. Si nada lo remedia (ojalá que sí) su etiqueta mayúscula se irá quedando cada vez más pequeña. Vendrán decenas y espero que cientos de películas nuevas que la harán más chiquita. Le pasará como al viejo comanche Depp en los últimos metros de cinta que se han proyectado en el Marta en esta noche mágica. Tras el fundido en negro y los títulos de crédito apareció de nuevo en la pantalla. Nos daba la espalda a los que seguíamos en la sala y ya viejo caminaba hacia el horizonte haciéndose cada vez más pequeño. Aunque le perdamos de vista, sabemos que sigue vivo allí.
Los últimos días de La escala humana. Los títulos de esas dos películas (en cuyas reseñas hablé de los Cines Marta) sirven ahora para describir lo que hemos sentido en estos días que preludiaban esta última sesión. Perdemos mucho más que un espacio cercano para cultivar los (buenos) hábitos cinéfilos. Perdemos sus luces en ese precioso rincón de la ciudad. También las echarán de menos quienes no han querido aceptar últimamente su acogedora invitación para vivir en otras ciudades desde ese privilegiado espacio de la nuestra. Hace más de sesenta años el cine Marta y María se inauguró con Río Abajo. Esta noche se ha despedido con las peripecias de este llanero solitario en una sala con mucho público en la que se ha podido sentir una vez más la magia del cine grande y compartido. Los silencios audibles, las risas oportunas, las exclamaciones sintonizadas han hecho que esa sala del Marta haya tenido esta noche mejor sonido que nunca. Ese que da vida a las imágenes porque delata lo mucho que el público está disfrutando con ellas. Pero el trece tenía que ser un año aciago. Lo fue hace un siglo para Georges Méliès, que tan buen reconocimiento tuvo el año pasado con el magnífico homenaje de Scorsese en La invención de Hugo y que tan oportunamente se reivindica ahora (y con él la propia historia del cine) en la espléndida exposición que aún se puede ver en el Caixaforum de Madrid. Pero tras aquel año terrible para Méliès el siguiente fue providencial para Chaplin. Incluso el gran mago francés llegó a tener en vida el reconocimiento de quienes supieron recuperarlo y lograron que su proyectil en el ojo de la Luna se convirtiera en un icono de la magia del cine. Ojalá que les pase algo así a los Cines Marta. Ojalá que, más pronto que tarde, vuelvan a estar abiertos. Pase lo que pase, los Cines Marta serán para mi los más queridos de la serie de lugares en los que tantas otras vidas he vivido en esta ciudad (Los Florida, El Almirante, Los Chaplin, El Canciller -y también la Casa de la Cultura y por supuesto el Niemeyer-). En esas salas de cine (y en muchas otras de España y del otro lado del charco) he disfrutado de cientos de películas. Treinta y nueve he visto en el Marta en los diez meses que lleva abierto este blog. Si nada lo remedia (ojalá que sí) su etiqueta mayúscula se irá quedando cada vez más pequeña. Vendrán decenas y espero que cientos de películas nuevas que la harán más chiquita. Le pasará como al viejo comanche Depp en los últimos metros de cinta que se han proyectado en el Marta en esta noche mágica. Tras el fundido en negro y los títulos de crédito apareció de nuevo en la pantalla. Nos daba la espalda a los que seguíamos en la sala y ya viejo caminaba hacia el horizonte haciéndose cada vez más pequeño. Aunque le perdamos de vista, sabemos que sigue vivo allí.