5 de septiembre de 2013. Centro Niemeyer, Avilés.
El Ebanjelio (sic) según Daniela. Pasajes de su vida (sexual) relatados en primera persona y en primer plano. Entradas de su blog que se cruzan con imágenes de su cotidianidad adolescente.
La magnífica caligrafía cinematográfica de Marialy Rivas hipnotiza. Por las imágenes, tan bien filmadas y tan bien montadas, y por los provocadores textos que llegan desde ese blog en off. Este agudo retrato de cómo una secta vigila y castiga a una adolescente, a la que el sexo atrae bastante más que Dios, tiene algo que ver con Camino (la poética crónica de Javier Fesser sobre la manera en que otra secta parasitaba el dolor de una niña) o con Martha Marcy May Marlene (otra muestra de la querencia de las sectas por víctimas jóvenes y femeninas que hace dos años presentó aquí Sean Durkin). Pero la irónica mirada de Marialy Rivas (tan radicalmente chilena y tan universal) está más próxima al singular autorretrato vital que León Siminiani nos mostró aquí en enero con su Mapa. Los dos hechizan con las imágenes, fascinan con esos textos tan oportunamente intercalados y consiguen que el todo sea (aún) más que la suma de las (espléndidas) partes. Seguramente tiene razón Carlos Losilla cuando señala en la revista Caimán de este mes que el Centro Niemeyer es uno de los tres lugares primordiales (junto a la Cineteca de Madrid y el CCCB de Barcelona) para la difusión del nuevo cine español. Pero tras haber visto también aquí obras tan interesantes como las de los argentinos Matías Piñeiro y Diego y Pablo Levy, los paraguayos Renate Costa, Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori y ahora la chilena Marialy Rivas (y antes la de su compatriota Andrés Wood), parece que el Niemeyer está respondiendo a su vocación iberoamericana y es también lugar de referencia para propuestas muy novedosas de los otros cines que hablan español. Por mi parte, si vuelve a proyectarse aquí alguna película de esta directora (o incluso mejor, si viene ella misma para presentarla en este lugar tan bello) ya sé como iré: al tiro.
La magnífica caligrafía cinematográfica de Marialy Rivas hipnotiza. Por las imágenes, tan bien filmadas y tan bien montadas, y por los provocadores textos que llegan desde ese blog en off. Este agudo retrato de cómo una secta vigila y castiga a una adolescente, a la que el sexo atrae bastante más que Dios, tiene algo que ver con Camino (la poética crónica de Javier Fesser sobre la manera en que otra secta parasitaba el dolor de una niña) o con Martha Marcy May Marlene (otra muestra de la querencia de las sectas por víctimas jóvenes y femeninas que hace dos años presentó aquí Sean Durkin). Pero la irónica mirada de Marialy Rivas (tan radicalmente chilena y tan universal) está más próxima al singular autorretrato vital que León Siminiani nos mostró aquí en enero con su Mapa. Los dos hechizan con las imágenes, fascinan con esos textos tan oportunamente intercalados y consiguen que el todo sea (aún) más que la suma de las (espléndidas) partes. Seguramente tiene razón Carlos Losilla cuando señala en la revista Caimán de este mes que el Centro Niemeyer es uno de los tres lugares primordiales (junto a la Cineteca de Madrid y el CCCB de Barcelona) para la difusión del nuevo cine español. Pero tras haber visto también aquí obras tan interesantes como las de los argentinos Matías Piñeiro y Diego y Pablo Levy, los paraguayos Renate Costa, Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori y ahora la chilena Marialy Rivas (y antes la de su compatriota Andrés Wood), parece que el Niemeyer está respondiendo a su vocación iberoamericana y es también lugar de referencia para propuestas muy novedosas de los otros cines que hablan español. Por mi parte, si vuelve a proyectarse aquí alguna película de esta directora (o incluso mejor, si viene ella misma para presentarla en este lugar tan bello) ya sé como iré: al tiro.