19 de febrero de 2018. Laboral Cinemateca, Gijón. V.O.S.
Domenico acude a Milán a las pruebas de selección que una gran empresa está haciendo para cubrir nuevos puestos de trabajo. Allí conoce a Antonietta, una agradable muchacha que como él será contratada. Los dos tendrán diferentes destinos y turnos por lo que apenas se verán. Domenico trabaja al principio como ayudante de un conserje. Finalmente conseguirá un puesto estable en la última fila de una oficina.
Un ensayo sobre las miradas. Una reflexión sobre el cambio urbano y humano que caracterizó aquella década (magnífico ese plano metafórico en que los dos hermanos caminan tras un carro y el menor se sube al camión hormigonera que lo adelanta). Un retrato sobre el destino que espera a ese hijo para el que su madre solo espera lo mejor: un empleo para toda la vida. Una historia que felizmente no deja de defraudar las expectativas inerciales del espectador: la pareja no se consolida, el protagonista no abandona su pasmada timidez, la función del puesto obtenido no queda clara... Y al final un cierre magnífico con ese pertinaz sonido del ciclostil como bautizo de una vida laboral que se intuye alienante. El pesimismo que destila la historia de Ermanno Olmi tiene un oportuno anticipo en esa escena del tren que en la mitad de la película parece adelantar su final con el protagonista creyéndose ingenuamente feliz a pesar de estar en una vía muerta. Il posto debió resultar desasosegante en el comienzo de aquella década que debía ser prodigiosa. Hoy es toda una lección sobre cómo contar bien una historia sencilla con elementos desconcertantes. Por eso está bien que haya sido incluida por CinEd en la selección de películas europeas que merecen ser conocidas por los jóvenes. Y por eso he llevado esta mañana a mis alumnos a verla.