11 de febrero de 2018. Cines Renoir Plaza de España, Madrid.
Lo que enuncia el título es lo que quería tener Julita cuando era joven. Y lo consiguió. Ahora que es anciana ya no tiene ni el mono ni el castillo, pero sigue rodeada de hijos y de muchas cosas.
España está llena de Julitas. Seres locuaces y alegres para los que ninguna pregunta debe quedar sin respuesta y corolario. La cámara de su hijo no le importuna porque alguien que la escuche es lo único que necesita esta mujer para largar sus peroratas sobre cualquier cosa. Más que pegar la hebra lo suyo son los soliloquios intermitentes y chocantes. Con un personaje así y cierta habilidad en el montaje no es difícil armar una película tronchante. Aunque cabe dudar si este exhibicionismo verbal de la tercera edad ibérica, que tan grato resulta en la intimidad familiar, no es un material demasiado sensible para convertirlo en película. Sobre todo cuando, a diferencia de lo que hace Paco León con su hilarante Carmina, el dispositivo que aquí se utiliza no aparenta ser una ficción naturalista, sino completamente real. En la sala hay muchas risas. Seguramente porque esta Julita con querencias de Diógenes es tan singular como próxima. Igual que tantas ancianas cuyos chascarrillos resultan divertidos en la intimidad, pero a las que pocos hijos querrían ver en una pantalla para que otros se ríen con ellas (¿o de ellas?).