28 de septiembre de 2018. Cines Los Prados, Oviedo.
Tras la muerte de su mujer, David parece llevar una vida razonablemente feliz con su hija adolescente. Sin embargo una noche Margot desaparece. Las pesquisas que David va llevando a cabo en el ordenador de su hija y en las redes que frecuentaba le hacen darse cuenta de que había muchas cosas que no sabía de ella. Precisamente por eso será tan tenaz y descubrirá qué le ha pasado.
El dispositivo narrativo es perfecto. Lo que vemos son siempre pantallas. De ordenadores, de móviles, también algunas de televisión. El repaso de los primeros minutos a la vida de esa familia antes de la muerte de la madre es impresionante. Por su agilidad, por su frescura y también por su ternura. Y lo que sigue es una historia que engancha y no engaña. Apenas hay trampas y son pocos los flecos de una historia que apuesta fuerte por los giros inesperados y las situaciones complejas. Pero la película de Anaeesh Chaganty tiene, además, una inmensa virtud. Saturada de pantallas en las que se lee y se escribe, se nos presenta en una versión en la que todo, absolutamente todo, está en español. Y no solo bien traducido, sino admirablemente trabajado para que el espectador nunca sienta que su lengua es vicaria en el relato. Toda una lección en este mundo de doblajes innecesarios (y muchas veces penosos), de papanatismo anglófilo y, en general, de notable falta de respeto al espectador. Así que ha sido un gustazo disfrutar de esta entretenidísima y singular película cuyo dispositivo me ha recordado a la forma en que Jaime Rosales resolvía un salto temporal en su magnífica Hermosa juventud o a la apuesta radical que Manuel Bartual hizo en Todos tus secretos, aquella película extraordinaria que casi nadie pudo ver.