lunes, 14 de octubre de 2013

Funny games

de Michael Haneke. Austria, 1997. 108’.
14 de octubre de 2013. Centro Niemeyer, Avilés. V.O.S.


Un matrimonio y su hijo acaban de llegar a su casa junto al lago. Unos jóvenes que parecen ser conocidos de sus vecinos entran en ella con la excusa de pedir unos huevos. La amabilidad da paso a la tensión y más tarde a un juego que esa noche acabará con las vidas de los tres.

El Premio Principe de Asturias de las Artes que recibirá Michel Haneke la semana próxima hace que podamos ver una amplia muestra de su cine en los ciclos organizados simultáneamente en Oviedo, Gijón y Avilés. A las películas que he visto de él (La pianista, Caché, La cinta blanca y Amor) añadiré estos días algunas más. La primera ha sido esta Funny games que había comprado hace tiempo en DVD y nunca encontraba momento para ver. Nada extraño, porque este nuevo retrato del mal (¡vaya semanita!) es de los más duros que recuerdo. La pareja protagonista (Ulrich Mühe y Susanne Lothar) es la que a continuación veré en El Castillo. Ella también tenía un papel terrible en La cinta blanca y él estaba magnífico en La vida de los otros, pero lo que les pasa aquí impresiona mucho más. Es la pesadilla extrema: que la maldad absoluta, disfrazada de buenas maneras, irrumpa en la intimidad familiar y demore una tortura cuyo final es sabido. La quietud del larguísimo plano (casi) fijo tras la muerte del niño es de lo más terrible que se puede mostrar en el cine. Las palabras finales de los dos asesinos, antes de dirigirse a unas nuevas víctimas, parecen querer justificar a la película como tesis sobre (y contra) el consumo de imágenes de violencia. Algo que también explicaría los dos momentos en que el dulce canalla mira a la cámara y se dirige al espectador para decirle que le sabe partícipe de su juego (o también el rebobinado que él mismo hace de la propia película con el mando a distancia). Sin embargo, no lo tengo claro. La cinta blanca es una película dura, pero la tesis que propone y la forma en que Haneke cuenta esa historia hacen que su principal interés no sea la truculencia. Aquí no estoy seguro. Imagino que si todo su cine fuera como éste, Muñoz Molina vería en Haneke un simple Tarantino (¿qué le dirá la semana próxima cuando coincidan en Oviedo?). Aunque Lucía Puenzo ha sido comparada con el director austriaco por El médico alemán, está claro que su Mengele parece casi amable al lado de estas bestias con guantes blancos que juegan a torturar en un dulce hogar.