5 de octubre de 2013. Cines Van Dyck, Salamanca.
La herida es Ana, una conductora de ambulancia para la que la vida es un tormento. Ella sufre. Y se hiere. Y también hiere a los demás. Solo parece feliz mitigando el sufrimiento de quienes van en su ambulancia.
Todo el tiempo la seguimos de cerca. Y casi duele. La cámara se mueve siguiendo gestos y diálogos. No hay la tregua que da el distanciamiento del plano y el contraplano. Eso nos hace estar siempre al lado de Ana y sentir su dolor indecible e insoportable. Sobre todo porque viene de dentro. Y llega adentro. No es (solo) cine para psicólogos y psiquiatras. Es cine mayúsculo. Ese que nos hace entender por qué Michael Haneke merece venir a Asturias en un par de semanas. Un cine que no suelta a un personaje herido admirablemente interpretado por una Marián Álvarez a la que le costará dejar de ser Ana. Pero no es cine solipsista. Aunque sus relaciones con los demás personajes apenas están esbozadas, esos leves trazos ya harían excelente a cualquier otra película (esa madre que aparenta calma en la tormenta, ese Jaime que comparte y comprende, ese Martín que se hunde en la desmemoria, ese confidente invisible al que Ana le cuenta todo, ese Alex omitido hasta una escena breve y poderosa que sería magistral si no estuviera en una película llena de ellas). Entre los agradecimientos Fernando Franco (el impresionante montador de Blancanieves que aquí se estrena como magnífico director) incluye a Jaime Rosales y a León Siminiani. Y me alegra esa complicidad expresa. Como ellos, es un director que sabe llevar la vida a la pantalla. Y hacer que lo que pasa en la pantalla afecte a nuestras vidas. Tras el fundido en negro que corta el llanto de Ana, nadie se movió de su butaca. En silencio dejamos desfilar todos los títulos de crédito entre el rumor de la vida en la calle que llegaba por una puerta abierta al lado de la pantalla y la congoja de un llanto ahogado unas filas más atrás. Instantes como estos son los que hacen sublime la experiencia de ver cine en el cine. Y solo ocurren cuando por la pantalla ha pasado cine mayor.