3 de enero de 2014. Cines los Prados, Oviedo.
Llewyn Davis es un cantante de folk. O un fracasado. Canta en el Gaslight Café, se aloja en los apartamentos de sus amigos del Greenwich Village (o del Upper West Side) y viaja hasta Chicago buscando el éxito. Siempre lleva una guitarra y un gato. Y la tristeza de haber perdido al amigo con el que cantaba.
Esos días de crudo invierno en Manhattan (y en Chicago) siguiendo a este músico triste y puro seguramente deberían recordar al Ulises de Joyce, pero yo no he dejado de pensar en El guardián entre el centeno de Salinger. Como Holden, Llewyn Davis deambula por Nueva York viviendo intensamente los últimos días antes de asumir definitivamente su fracaso y dar un nuevo rumbo a su vida. "Si nunca fue nueva y nunca envejece es una canción folk". Se lo dice Llewyn Davis (trasunto ficticio de Dave Van Ronk) al público en su última noche en el Gaslight Café (que podría ser también la primera de Bob Dylan allí). Pero esa frase quizá nos la están diciendo los Coen a nosotros para definir su propio cine. O al menos esta variante hermosa y contenida que evoca atmósferas de un tiempo y un lugar en torno a este personaje dulce y huraño. Como un gato perdido y encontrado en las calles de Nueva York. Un gato llamado Ulises.