14 de enero de 2014. Centro de Cultura Antiguo Instituto, Gijón.
Urbanizaciones deshabitadas. Calles aptas para monopatines y autoescuelas. Rebaños de ovejas pastando entre adosados sin terminar. Ruinas modernas de un país desolado. Y las voces en off de Aznar, el Pocero o Fabra sobre una pantalla en negro. Como el presente que nos legaron aquellos años en que todo debía ser urbanizable. Y todos hipotecables.
La excelente iniciativa El documental del mes (en cuya red se integran los centros culturales de Gijón) estrena el año con este mediometraje lleno de planos fijos poéticos en paisajes urbanos absurdos. La catástrofe viene de aquel tiempo en que Fabra inauguraba aeropuertos sin aviones para que pasearan los seres humanos (lo dice él mismo en el discurso de inauguración del de Castellón), el Pocero se ensañaba con Seseña y prometía acabar con el paro si le dejaban urbanizarlo todo (también lo dice él mismo) y Aznar iniciaba el desastre con aquella ley del suelo que llevó a que en España se construyera más cada año que en Alemania y Francia juntas (también es su voz la que se jacta de ello con la pantalla en negro). El documental me ha recordado a la exposición Ruinas modernas que vimos el año pasado en la Fundación ICO de Madrid. En ella se mostraban fotografías de la pesadilla en que se han convertido los lugares en los que se iban a realizar los sueños de los folletos y videos publicitarios con que se engañó a tantos incautos. Pero aquella muestra estaba en la salas de abajo. En la de arriba Spain mon amour (la otra mitad de aquella exposición combinada) mostraba las maquetas de las obras de arquitectos inteligentes y responsables que, mientras se hinchaba la burbuja, no dejaron de desarrollar proyectos sostenibles y necesarios. Porque otra arquitectura y otro urbanismo es siempre posible. Eso comentábamos con los estudiantes de arquitectura que nos explicaban aquellas maquetas. Con ellos echábamos cuentas sobre la diferencia entre las bellas arquitecturas hechas a escala humana y los proyectos de los megalónamos. El ejemplo lo tenemos bien cerca: nuestro querido Centro Niemeyer costó nueve veces menos que el impertinente y problemático edificio de Calatrava en Oviedo y diez veces menos que la inconclusa e inútil Ciudad de la Cultura de Santiago. Algo parecido pasaba con las viviendas de aquellos años. Y es que en arquitectura y en urbanismo tampoco conviene confundir valor y precio.