sábado, 25 de enero de 2014

Stockholm

de Rodrigo Sorogoyen. España, 2013. 90’.
25 de enero de 2014. Centro Municipal Integrado Pumarín, Gijón.

Él la ve en una fiesta. Ella le mira un instante. Él le dice que se ha enamorado. Ella se va. Él la sigue. Ella no quiere estar con él. Él insiste. Parece loco de amor por ella. Se lo demuestra con simpatía. Y en la azotea de su casa la convence antes del amanecer. Ella despierta. Él ya se ha levantado. Ella quiere quedarse. Y que él se quede con ella. Él tiene que irse. Y quiere que ella también se vaya. La mañana no es como la noche. Él ya no parece enamorado. Pero ella no cede e insiste en quedarse. Él la maltrata. Ella sube a la azotea. Y también le demuestra que está loca por él.

Magnífica. Naturalista. Onírica. Simétrica. Deliciosa. Inquietante. Singular. Todo eso y mucho más es esta más que sobresaliente Stockholm de Rodrigo Sorogoyen. El diálogo preambular entre los dos amigos es ya una cautivadora aproximación a ese mundo veinteañero en versión masculina. Luego, el asedio nocturno de ese depredador simpático parece un espléndido homenaje madrileño al cine de Linklater con un guión perfecto que no se sabe a dónde llevará. Y de repente otra película. En la que el blanco de la mañana y la cortesía fría de él le pone las cosas muy negras a ella. Y a nosotros, que nos sentimos engañados por aquella deliciosa locura de amor que parece haberse  desvanecido y que ahora tememos la locura que todo esto puede provocar. Pero ella no hace lo que se espera. No acepta haber sido engañada. Se rebela y nos muestra la otra cara de la moneda. La prueba de amor de él nos resultó muy grata, pero la de ella nos parecerá terrible. Si la intención de Sorogoyen fuera feminista (quizá también lo es) sus simetrías inversas serían una de las más lúcidas y refinadas denuncias de la desigualdad entre los sexos que se han visto en una pantalla. Pero su película es mucho más que eso. También formalmente. La azotea en la que ella parece mandar en la mañana no solo se opone a la de las vistas nocturnas de las que él se sabe dueño. También a esa calle en que él devora la vida y ella le ofrece la suya. Pero quizá esa mañana blanca y oscura no haya ocurrido. Quizá solo sea una pesadilla de ella. Y quizá la noche también sea solo un sueño de él. Quizá los dos aún deban despertar.