30 de enero de 2014. Cines Van Dyck, Salamanca.
La niña tiene seis años y es una delicia. Los padres son una estrella del rock y un tipo que trabaja en el negocio del arte. Se divorcian. Luego se emparejan bilateralmente. Y también se separan de sus nuevos novios. La nena va de acá para allá todo el tiempo.
Los padres de Maisie son malísimos. Están abducidos por sus respectivos trabajos. Ese es el tópico principal de una película llena de ellos. Una historia que quiere presentarse como la mirada infantil sobre los conflictos adultos. Pero es al revés. Es al espectador adulto al que se quiere hipnotizar con esa monada. La cámara quizá consiga embobar a quien piense que los niños en el cine están para que se nos caiga la baba. Yo los prefiero en historias que cuenten algo más que lo monos que son. ¿Qué hacemos con Maisie? No lo sé. Pero con la película lo tengo muy claro: quitarla cuanto antes de las carteleras (¡con las magníficas películas españolas que no llegan a ellas!). Esta vez no he tenido suerte. Como todos los años (desde hace ya seis) he venido a Salamanca para impartir mis sesiones en el máster de estudios sociales de la ciencia. Por la noche, si puedo, suelo ir a los Van Dyck, que siempre tienen buenas películas (aquí vi el año pasado la magnífica Blue Valentine). Pero, ya digo, esta vez no ha habido suerte.