26 de enero de 2014. Parqueastur, Corvera.
Jordan Belfort fue el lobo de Wall Street. Leonardo DiCaprio interpreta el ascenso y caída de este vendedor de humo que era adicto, entre otras muchas cosas, a multiplicar su riqueza especulando con la ambición de los demás.
Tres horas con Leonardo DiCaprio en una película de Scorsese. Como cabía esperar no se hacen largas. Pero no aportan más que un ameno repaso a la historia excesiva de este tiburón financiero con maneras de predicador. Un charlatán que fascina a los vendedores que trabajan para él y que parece vendernos su propia historia a nosotros. De hecho, DiCaprio nos mira desde la pantalla mientras nos va relatando los excesos de su personaje. Con el dinero, con las drogas, con el sexo y con los demás. Escenas como la de Popeye o la de la tempestad en el Mediterráneo me hacen pensar que también a Scorsese se le ha ido la olla (o que ha visto a Torrente y le quiere emular). Aunque quizá resultan clarificadoras: El lobo de Wall Street es una película entretenida pero no aporta nada a la comprensión de lo que ha pasado. Si los males que padecemos hubieran sido causados por tipos como este, todo sería más fácil. Pero los verdaderos culpables, los malos de verdad, no son tan histriónicos. Y no hay FBI que acabe con ellos.