16 de diciembre de 2017. Cines Los Prados, Oviedo.
Webster es un jubilado que, tras su divorcio, tiene una vida tranquila yendo a diario a la pequeña tienda en que repara y vende cámaras Leica. Los recuerdos de su adolescencia y primera juventud regresan ahora que está a punto de ser abuelo. El motivo es una carta en la que le notifican que la madre de Verónica le ha dejado en su testamento el diario de un amigo que se suicidó. El reencuentro con aquella primera novia le hace revisar los recuerdos de aquel tiempo y descubrir lo que realmente sucedió. Así que será duro para Webster saber que una carta suya pudo causar mucho mal. Pero también será una oportunidad para tener una relación más sincera con su hija y su exmujer.
Una historia bien contada sobre dos momentos tan relevantes de una vida como la primera juventud y el comienzo de la ancianidad. La confrontación entre recuerdos y verdades está muy bien planteada en esta película que nos muestra, con magníficas evocaciones, la inevitable subjetividad de los primeros y nos desvela, con una cadencia perfecta, las consecuencias de conocer las segundas. Jim Broadbent compone una interpretación contenida e impecable (tan inolvidable como la de Le Week-End de Roger Michell) de este hombre al que la curiosidad le lleva a descubrir culpas lejanas y a sentir nostalgia por la vida que no tuvo. Y Ritesh Batra consigue que la ternura no esté presente solo en la forma en que este magnífico personaje descubre y sutura las heridas de aquel tiempo sino también en la manera en que lo percibimos nosotros mientras se reconcilia con el presente. El sentido de un final es una joya cinematográfica para paladares sosegados que contrasta especialmente en un fin de semana como este en el que tantas salas de cine son secuestradas para el espolio económico y cultural que cada año supone el desembarco de ese fenómeno exógeno y alienante al que hoy se dedican seis de las catorce salas de estos cines.