20 de diciembre de 2016. Cines Ocimax, Gijón. V.O.S.
Un arquitecto hereda la enorme casa en que pasó su infancia. Su intención es venderla, pero su mujer le convence para formar en ella una comuna. La pareja y su hija adolescente llevan bien la nueva forma de vida, pero las cosas cambian cuando él se enamora de una alumna y su mujer le propone que la lleve a vivir con ellos. La estabilidad y buena voluntad de los comuneros no consigue que ella realmente acepte la nueva situación
El director de Submarino, La caza o Lejos del mundanal ruido ha llevado al cine esta historia que antes fue obra de teatro. Y lo ha hecho con su habitual solvencia para mostrar las aristas de las pasiones humanas. La comuna es una película sobre un tipo de convivencia que hoy parece impensable, pero que hace cuarenta años era cuanto menos el horizonte utópico para imaginar que otras formas de vida eran posibles, al menos en las latitudes escandinavas. Pero más que una historia coral, esa comuna es el marco para hacer público y controvertible el drama de ese triángulo sentimental (en el que la hija aporta la mayor lucidez) que resulta insuperable para la mujer madura. Con un color hermosamente envejecido, unas interpretaciones estupendas (especialmente la de Trine Dyrholm) y un guión muy bien construido, La comuna es una buena historia que nada me extrañaría que en algún momento disfrutemos en el teatro.