16 de noviembre de 2017. Centro Niemeyer, Avilés.
Angélica Liddell prepara una obra que estrenará en Viena. Asistimos a distintos momentos de los ensayos en una sala con espejos. La vemos interpretar y dirigir. O interpretarse y expresarse, porque en lo que hace no hay distancia entre ella y el personaje. Ni entre su forma de entender el teatro y una performance escénica con texto.
Me encanta el teatro. Me encanta el cine. Y me encanta el cine que trata sobre el teatro. Así que esta película ha sido un bonito regalo en esta semana tan especial en la que celebramos los 25 años del Palacio Valdés. Los primeros minutos ya justifican sobradamente la película. En ellos Angélica hace mucho más que un monólogo. El suyo es un torrente de dolor y angustia expresado con palabras conmovedoramente viscerales. Cuando acaba y se sienta apetece levantarse y aplaudir. Así de intensa es esa escena en la inigualable pantalla de esta sala. El resto de la película nos muestra a una Angélica dulce en los ensayos, rigurosa y apasionada en todo lo que crea, pero también agónica y torturada en esos diarios escritos que vemos intercalados en la pantalla en blanco. La película termina en Viena. Con la imagen fija de las variaciones de iluminación del escenario preparado para el estreno. Y uno piensa que sería estupendo poder ver esa obra. Pero Angélica decidió cambiarla, así que apenas ha existido más que en esta película. Y no es poco. Ojalá que programar películas relacionadas con el teatro se convierta en una costumbre aquí. Propongo una reciente: Los comensales de Sergio Villanueva. Sería un gusto poder asistir a esa comida con Sergio Peris-Mencheta, Juan Diego Botto, Quique Fernández, Silvia Abascal y Denise Despeyroux.