15 de noviembre de 2017. Centro Cultural Valey, Piedras Blancas. V.O.S.
Un comandante danés tiene a su cargo el control de una zona en la que presionan los talibanes. La protección de sus soldados y la defensa de los civiles se hace muy difícil. Especialmente durante un asedio en el que, para salvar a un soldado herido, ordena el bombardeo de un objetivo en el que no había confirmado la presencia de atacantes.
Las imágenes ásperas y naturalistas de la cotidianidad militar en Afganistán y la de la familia en Dinamarca se van sucediendo hasta el incidente en el que mueren once civiles. A partir de ahí la película entra en territorios morales sobre la culpa, la familia, el deber y las leyes que no es frecuente encontrar en el cine bélico americano. El distanciamiento con que Linhdholm nos presenta la situación es el oportuno para que cada cual saque sus conclusiones. Habrá quien empatice con ese comandante al que no abandona la culpa aunque sea declarado inocente y, por tanto, considere piadosa la mentira que le salva. Y es que la presión de las situaciones de guerra coloca a las personas ante conflictos insoportables. Pero más que discutir sobre la salida a esos dilemas, habría que pensar si no es la propia guerra (y la dieta de cine bélico que hemos recibido desde niños) lo que deberíamos considerar insoportable. La anestesia moral comienza cuando se acepta que hay circunstancias en las que algunas muertes pueden resultar inevitables. El acierto de Tobías Lindholm, además del tono formal de su película, es hacernos pensar en todo esto.